La ciudad de México, durante los tres siglos y medio de dominación española y tres décadas después de la independencia, creció relativamente poco. ”De hecho entre los siglos XVI y XIX creció cuatro veces, pasando de 30 mil habitantes en 1552 a 137 mil en 1884con una superficie de 1,076 hectáreas”(Michel,1998:11). Fue hasta el siglo XX cuando realmente ocurrió su transformación al crecer veinticinco veces entre 1900, cuando contaba con 345 mil habitantes, y 2000, en que alcanza una población de 8.6 millones de habitantes. En este proceso, su densidad poblacional aumentó de “127 habitantes por hectáreas en 1900, hasta alcanzar 135 ha/ha en 1950” (PGDUDF1 ,1996:12)
Entre 1950 y 1960 la superficie urbana de la Ciudad de México excedió el límite norte del Distrito Federal, ampliando su extensión urbana a 47,000 hectáreas. Esto motivó que, a pesar del incremento demográfico a 5.4 millones de habitantes, se redujera la densidad a 114 hab/ha. Al crecimiento del norte se adhirió el Sureste integrado a Iztapalapa e Iztacalco y el del sur hacia Tlalpan y Xochimilco.
A partir de este momento el área urbana rebasa los límites del Distrito Federal y se expande hacia los municipios conurbados del Estado de México, lo que se tradujo en un crecimiento espectacular de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM) ya que de 1950 a 1980 pasa de 3 a 14 millones de habitantes, aunque el Estado de México y el Distrito Federal experimentaron desarrollos diferenciales en superficie y población.
La ciudad para los habitantes, de acuerdo a su imaginario urbano, es una serie de espacios dispersos en delegaciones como Coyoacán, Tlalpan, Benito Juárez y Cuauhtémoc. En ese sentido, la ciudad que se plasma en los estudios urbanos sobre el tema, se refiere a estas demarcaciones; las exploraciones de la cultura urbana, prácticas, consumo y usos de la ciudad han privilegiado este territorio de la ciudad. En algunos casos, se han extendido un poco más hacia la periferia abarcando áreas como Iztapalapa, Xochimilco, Milpa Alta y Tláhuac e incluso, parte de lo que ya constituye el área metropolitana de la ciudad como Chalco y Nezahualcóyotl.
Sin embargo, un espacio que no aparece ni en la representación de los habitantes, ni en la investigación urbana y menos aún en la literatura sobre el tema es el espacio del norte de la ciudad a pesar de su colindancia con el área central (Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo). Si nos guiamos por el testimonio que va quedando en las crónicas, reseñas y etnografías sobre la ciudad pareciera un espacio no habitado, no comprendido en las prácticas, usos e imaginarios que de la ciudad construyen, incluso sus mismos habitantes.
La estructura de las ciudades es resultado de las formas de producción urbana que están dadas por la correlación entre el comportamiento del suelo y la política del Estado. La dinámica del suelo (comprendido con todos sus elementos como la disponibilidad, el tipo de tenencia, la localización) esta vinculada a la política del Estado, que se rige desde un referente teórico y conceptual de desarrollo. Las concepciones que prevalecen en el Estado contribuyen para modificar la estructura de la ciudad y para incorporar nuevos elementos. Cuando el Estado modifica su concepción de desarrollo, transforma y reestructura su aparato institucional y normativo.
Desde la década de los ochenta surge en el ámbito internacional la concepción teórica del desarrollo global, que busca que los Estados Nación apliquen políticas de corte neoliberal que señalan modificaciones legales e institucionales que conllevan a su adelgazamiento. La globalización busca integrar a los Estados a la competencia del libre mercado, y éstos deben ser competitivos si quieren “sobrevivir”, para lograrlo tienen que garantizar las “nuevas” condiciones generales de la producción, siendo el desarrollo urbano el encargado de materializarlo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial son los mecanismos institucionales principales, que se han hecho cargo de elaborar las directrices, difundir los “beneficios” (sic) y vigilar en los países el desarrollo de los lineamientos neoliberales que buscan funcionar de manera global.
Con la concepción teórica global, el Estado aplica un modelo que bien puede denominarse “liberalismo urbano”, entendido como la libertad del capital privado para que inviertan en las ciudades y proliferen megaproyectos inmobiliarios destinados al terciario avanzado; asimismo la libertad para controlar y promover la producción habitacional y hacerla de manera masiva y en serie, limitándose la acción del Estado a suministrar la infraestructura y los servicios urbanos, todo con la intención de incidir en las metrópolis para que adapten su crecimiento y distribución espacial en función de las actividades económicas regidas por la lógica de las 7 “ciudades globales”, la cual consiste en la competencia de regiones articuladas por nodos urbanos, que constituyan un sistema urbano nacional que a su vez se inserte con el sistema urbano global.
El problema de la vivienda no es propio de una ciudad, ni de un país en especial, ni siquiera de una clase social. Sino que es propio de todos los pueblos y ciudades del mundo. Tampoco es un problema propio de los tiempos actuales, aunque se ha hecho más grave a partir de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, cada país, cada región y cada ciudad del mundo ha tratado de resolverlo en función de sus medios y posibilidades económicas, culturales, sociales, demográficas y hasta étnicas.
El agua, constituye uno de los recursos renovables vitales para todas las formas de vida en nuestro mundo. Durante todo su ciclo tiene diferentes funciones como son: regular el clima, sirve de sostenimiento para los ecosistemas, purifica el aire, además de que tanto el planeta (más de ¾), como los seres vivos (de 70 a 90%) están integrados mayormente por agua.
Como parte fundamental del medio ambiente, el agua también lo es para los seres humanos, no sólo porque su consumo es necesario para su sobrevivencia, sino por los diversos usos a los que se ha aplicado y que inciden en la calidad de vida a través de la alimentación, la salud y la higiene, así como por los usos para los procesos industriales y recreativos.
Para entender el origen de la problemática del agua (y en general del medio ambiente) debemos remontarnos a La Revolución Industrial y toda vez que fue a partir de este momento que se inyectaron importantes cambios en el desarrollo económico, tecnológico y científico; las potencias capitalistas aumentaron su producción y su población, que fue concentrándose en las ciudades donde se asentaba la industria, por lo que se vieron en la necesidad de buscar nuevos territorios para obtener los recursos naturales necesarios para la producción, y colocar sus excedentes.
El trabajo de investigación que se presenta corresponde a la conclusión de los estudios de maestría en Planeación y Políticas Metropolitanas en la Universidad Autónoma Metropolitana y a un interés por el tema, la expansión urbana en los pueblos de la periferia de la Ciudad de México.
El tema del crecimiento urbano periférico ha sido abordado por los estudiosos urbanos desde diferentes perspectivas, tales como la formación de asentamientos irregulares, la conformación de distintos tipos de poblamiento, el proceso de urbanización en propiedad ejidal (principalmente), el análisis de las políticas de suelo, etc.
Sin embargo, desde la década de los ochenta se percibe un mayor interés por conocer la relación campo-ciudad en torno a la expansión del área urbana, debido a las tendencias de crecimiento urbano periférico, pues para la década de 1970-1980 estaba ocupada por las colonias populares que representaron el 56% del crecimiento total, seguido de los conjuntos habitacionales con el 18% y las colonias residenciales medias 8%. En la década de 1980-1990, el porcentaje de las colonias populares fue del 61%, los pueblos conurbados representaron el 19% , los conjuntos habitacionales el 8.5% y las colonias residenciales tipo medio ocuparon el 6% de la superficie urbana (Cruz, 1997; 14).
El municipio de Tultitlán, al igual que la mayoría de los que componen la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM), integra en su territorio pueblos que recogen la memoria histórica de la vida local. Estos son los primeros asentamientos humanos a lo largo del proceso de urbanización, son también, hablando concretamente de sus habitantes y sus actividades, actores en las transformaciones que ocurren en el territorio municipal.
En la actualidad, el suelo ha representado el punto de encuentro entre la ocupación urbana y el mundo rural, el cual se ve atravesado por las políticas de suelo que reflejan la tendencia planificadora, y reguladora. Esta investigación, aborda el encuentro rural-urbano a través del proceso de “planeación” que los actores urbanos han delineado en la Zona Oriente del Municipio de Tultitlán; así también se considera la participación de los actores tradicionales ubicados en el casco del Pueblo de San Pablo de las Salinas y la influencia que tienen en el diseño de las políticas de suelo.
Este trabajo pretende contribuir a la explicación de la morfología del Espacio Público en la Ciudad de México, reconociendo desde luego que tal tarea no podrá ser agotada aquí, ya que la producción del mismo es un fenómeno que se ha dado a lo largo de muchos siglos y sobre todo porque es resultado de la participación de una inconmensurable cantidad de comunidades, las que con su trabajo y con la aportación de sus recursos han tratado de construir un espacio propio en el cual reproducirse y continuarse.
La ocurrencia de desastres de diferentes dimensiones y orígenes ha sido a lo largo de la historia un fenómeno que ha dejado destrucción y daño permanente en muchos países y regiones. Desafortunadamente México ha sido uno de los países que se han visto mayormente afectados por la ocurrencia de desastres. Los fenómenos naturales y socialmente producidos en sí son generalmente difíciles de predecir y en situaciones extremas pueden generar grandes daños, tanto en el entorno natural como en el socialmente construido.
Los desastres en general, de origen naturales o social, han tenido un fuerte impacto en el desarrollo de México. Estos desastres han afectado el capital humano, social y físico, y han retardado el desarrollo económico y social del país, ya que muchos de los esfuerzos y fondos gubernamentales se han tenido que reorientar a la atención de emergencias y a la recuperación de los sectores de la sociedad que se han visto en desgracia. Es decir, recursos que se tenían programados al desarrollo social, al incremento de la productividad y refuerzo de la infraestructura nacional se han tenido que desviar a la asistencia y reconstrucción por los graves daños ocasionados por los desastres.
México es vulnerable a una variedad de fenómenos naturales como terremotos, huracanes, erupciones volcánicas y climas extremos entre los más importantes. A pesar de la frecuencia en la ocurrencia de los mismos, la cantidad de recursos destinados a la prevención, auxilio y reestablecimiento (actualmente vía Fondo Nacional para los Desastres Naturales) parecen no ser suficientes, y por tanto el gobierno se ve obligado a utilizar recursos, destinados a otros programas, para solventar tal crisis. De tal manera que el efecto es inmediato y la disrupción de las actividades planeadas es inevitable, trayendo como consecuencia la reducción del crecimiento económico y el estancamiento del propio desarrollo del país.
Desde hace más de dos décadas la región de América Latina sufre una de las peores crisis en los campos sociales, económicos y políticos. La situación es de tal envergadura que pone en peligro la misma existencia de los países. El descontento popular por las indignantes condiciones de vida de millones de habitantes hace que el panorama no sea nada alentador. Ejemplo de ello, es la crisis boliviana que tuvo como detonante la posible venta de gas a Estados Unidos. Ante estos hechos, quienes dirigen los gobiernos deben implementar de “inmediato” políticas públicas que favorezcan muy en especial a los más pobres de los pobres, con el fin de paliar y frenar la miseria en la cual están sumergidos. Empero, esto no quiere decir, que la sola modificación de las políticas públicas lograran solucionar el problema de la pobreza y la exclusión. Se necesita una redefinición del propio Estado que modifique su conducta en todos los aspectos con una propuesta que busque ante todo la redistribución del ingreso. Sin embargo, la solución no puede esperar por más tiempo. Hoy necesitamos iniciar cambios al interior de nuestras administraciones públicas para aliviar la denigrante vida de los habitantes en las ciudades y en el campo.
En este escenario, la presente investigación analiza el nuevo modelo de actuación social puesta en marcha por el Gobierno del Distrito Federal (2001-2002) mediante el Programa Integrado Territorial de Desarrollo Social. El propósito es mostrar el funcionamiento del programa, su aplicación y los resultados obtenidos en su lucha contra la pobreza, con la finalidad de mitigar las condiciones de marginación que afecta a los habitantes de la Ciudad de México.
Entre los resultados del estudio se detectaron: la necesidad imperiosa de introducir normas rigurosas para la selección de los beneficiarios, que permita focalizar los apoyos a las familias que verdaderamente lo requieren, evitando ayudas discrecionales o con criterios políticos; definir el uso de las herramientas para la exacta medición de la pobreza; mejorar la gestión en la entrega de los servicios para los más pobres, ya que sólo aumentar el gasto público no basta; precisar el territorio de actuación para la marcha de los programas sociales; fortalecer la participación de la ciudadanía en la definición de sus carencias y de las políticas públicas.